La comunidad de vecinos aprueba el permiso tras exigir al propietario “una compensación cultural y acústica adecuada”

MADRID — En un hecho que ya se comenta en corrillos de toda la capital, una comunidad de vecinos de Lavapiés ha aprobado por mayoría la autorización de un nuevo piso turístico, pero con una condición insólita: el propietario deberá organizar un karaoke vecinal cada sábado por la noche en el portal.

La medida, inédita en la historia reciente de la Ley de Propiedad Horizontal, se tomó durante una junta extraordinaria celebrada el pasado fin de semana, tras horas de acalorado debate y una tarta de Santiago compartida entre los asistentes.

“No estamos en contra del turismo, solo queremos que canten con nosotros”, explicó Manuela Robles, presidenta de la comunidad y portavoz del bloque, mientras afinaba un micrófono conectado al telefonillo.

El artículo invisible de la Ley de Propiedad Horizontal

El acuerdo se ampara, según los vecinos, en una supuesta modificación de la ley —el Artículo 17.5 bis, que en realidad no existe—, pero que el secretario de la comunidad asegura haber leído “en un PDF muy convincente”.

“Si ahora hay que aprobar por tres quintas partes los pisos turísticos, pues también podemos poner cláusulas artísticas. No veo el problema”, declaró el secretario, mientras repasaba una lista de canciones aprobadas por consenso, que incluye desde Paquito el Chocolatero hasta Shallow de Lady Gaga.

El propietario del piso, Don Álvaro M., aceptó la condición a cambio de poder abrir el alojamiento antes de la temporada navideña. “Prefiero organizar karaokes que pagar otro estudio acústico. Además, si los vecinos cantan, los turistas duermen tranquilos porque creen que están en una verbena”, señaló con resignación optimista.

Una experiencia turística “inmersiva y emocional”

El primer karaoke vecinal tuvo lugar este sábado, con micrófonos compartidos, tortilla fría y participación del 80 % de los inquilinos del bloque. Los huéspedes del piso turístico, confundidos al principio, acabaron uniéndose al coro improvisado de Resistiré.

Uno de ellos, procedente de Berlín, confesó a los medios:

“Pensábamos que era un espectáculo folclórico incluido en el precio. Grabamos todo para TikTok y ahora tenemos 40.000 visitas”.

El evento, retransmitido en directo por un vecino de cuarto que trabaja como DJ, ha sido calificado por el Ayuntamiento como “un experimento de convivencia urbano-musical con potencial de replicarse en todo el distrito centro”.

Vecinos y turistas, unidos por el micrófono

Según fuentes del consistorio, la medida podría inspirar una futura ordenanza de turismo participativo, que premiaría a las comunidades capaces de integrar a los visitantes en actividades vecinales. Se estudian otras posibles compensaciones, como:

• Paellas colectivas para pisos con más de dos huéspedes.
• Juegos de bingo dominical subvencionados por Airbnb.
• Cantautores residentes que interpreten las quejas del portal en versión acústica.

Mientras tanto, la comunidad de Lavapiés se ha convertido en símbolo de la “resistencia sonora” frente a la gentrificación. El bloque planea grabar un álbum titulado Canciones para pagar la derrama, cuyos beneficios financiarán la insonorización del ascensor.

“Si no puedes vencer al turismo, al menos que te aplaudan en el estribillo”, resume Manuela Robles con una sonrisa y un bombo de verbena bajo el brazo.

El impacto en otras comunidades

Tras conocerse la noticia, otros barrios de Madrid están valorando medidas similares. En Malasaña, una finca ha propuesto que cada nuevo piso turístico deba ofrecer una sesión semanal de meditación con los vecinos del bajo. En Chamberí, se estudia exigir recitales poéticos con vino de tetrabrik como gesto de integración.

El Ministerio de Vivienda, consultado por La Verdad Pública, ha respondido con cautela:

“Mientras no desafinen más de lo permitido por el decreto de ruidos, no vemos inconveniente.”

Y así, entre micrófonos, tortillas y decretos improvisados, Madrid da un nuevo paso en su cruzada por lograr la convivencia perfecta entre vecinos hartos y turistas encantados.